Érase
una vez un joven estudiante de Ciencias Económicas que vivía en Bangladesh
cuando aún no se llamaba Bangladesh. El joven Muhammad Yunus, pues ése era su
nombre, se fue a estudiar a Estados Unidos y mientras estuvo fuera hubo una
guerra en su país. Aquello terminó en independencia, pero a un alto precio:
"Se había derramado mucha sangre y el país estaba en ruinas. Se tuvo que
empezar desde cero, pero había un entusiasmo enorme. Pensamos que podíamos
construir una sociedad hermosa".
Contagiado de esa euforia, el doctor Muhammad Yunus
abandona su vida americana y un prometedor futuro profesional. Acepta la
dirección del Departamento de Economía en la Universidad de Chittagong
(Bangladesh). Confía en que sus conocimientos pueden ayudar a construir un país
mejor, pero pronto se topa con la realidad: "Como en todos los países de
reciente independencia, la euforia se convirtió en una pesadilla muy
rápidamente".
En 1974 una hambruna asola Bangladesh.
El joven profesor Muhammad Yunus, en su recorrido diario hacia la Universidad,
pasa por aldeas donde la miseria es extrema. "Hay muchas maneras de morir,
pero el hambre es la peor. Llega un momento en el que ya no se distingue entre
una persona viva y una muerta, el proceso es tan gradual que todo se
difumina". Pronto Yunus no puede soportar el contraste entre el ambiente
universitario y la desolación que le rodea. La diferencia entre teoría y
práctica es demasiada. "Cuando uno tiene que ver cómo la muerte llega a
los que están a su alrededor, se pregunta: ¿qué es la vida, de qué trata?
Además si estás enseñando en la Universidad todas esas teorías económicas tan
elegantes que no tienen significado alguno para la gente que te rodea, sientes
que no vales nada. Te sientes vacío como ser humano".
El buscador Muhammad Yunus se dedica
entonces a estudiar lo que tiene más a mano. "Decidí que debía renunciar a
todo lo que había aprendido en las aulas para intentar simplemente ser un ser
humano y buscar un modo de ser útil a otros seres humanos. No tenía ni idea de
lo que estaba haciendo, pero sí tenía una extrema frustración. Procedo de un
país donde las frustraciones se alimentan". Durante un tiempo, Yunus se
dedicó a convivir con los habitantes de la aldea de Jobra, cercana a
la Universidad. Allí observó que uno de los grandes problemas eran los
prestamistas, que imponían condiciones tan abusivas que la gente vivía en
estado de semi-esclavitud. Un estudiante de Yunus elaboró una lista de estas
personas y el resultado fue de shock: 42 personas, que necesitarían en total 27
dólares. Unas 4.000 pesetas. "Esa fue la sorpresa más impactante que he
tenido jamás, porque como alumno de economía me han enseñado a hablar en
términos de billones de dólares. Nunca nadie, jamás, me había hablado de
cantidades menores a un dolar per cápita". El primer impulso de
Yunus es ponerlo de su propio bolsillo. "No quería que pareciera que les
estaba haciendo un favor, sólo pensé que ya que pedían dinero a un prestamista
podían pedírmelo a mí, pero yo no les cobraría nada. Podían simplemente
prometer devolvérmelo".
"Lo que no esperaba era la reacción que
eso generó. Estaban tan contentos ante una cantidad tan pequeña. Y esto generó
en mí la idea de que los bancos deberían hacer eso, porque la tarea de los
bancos es prestar dinero a la gente. Así que visité al director del banco del
campus universitario, y cuando le propuse prestar dinero a los pobres se cayó
de la silla. Pensó que bromeaba". Ése fue el comienzo de un largo tira y
afloja. La conversación con el director terminó en batalla campal y Yunus apeló
a los directivos. La respuesta fue en todas partes la misma: no se puede
prestar dinero a los pobres porque no pueden devolverlo. Pero Yunus, para
hacerles ceder, se ofreció como aval. Después de seis meses el banco lo aceptó,
para un máximo de 300 dólares. "Ahí descubrí el valor neto de un profesor
universitario".
Con los 300 dólares en la mano, el visionario Muhammad
Yunus se preparó para el salto al vacío. "Di adiós a tu dinero", le
dijo el director del banco, pero se recuperó hasta el último céntimo. El
director del banco lo atribuyó a la suerte, pero Yunus probó que se equivocaba,
ampliando el préstamo a otra aldea más, y luego a cinco, diez, veinte,
cincuenta... "El dinero volvía siempre, pero el director del banco no
repensó su posición, no podía aceptar que hubiese un fallo en su idea inicial.
Porque la gente puede estar equivocada, pero el sistema bancario no".
"Decidí que debía renunciar a todo lo que había
aprendido en las aulas para intentar simplemente ser un ser humano y buscar un
modo de ser útil a otros seres humanos"
Entonces Yunus decidió que, ya que en el banco no le hacían
ni caso, montaría su propio banco. A su manera. El gobierno puso el grito en el
cielo con un argumento evidente: bastantes problemas hay dando dinero a los
ricos, porque no lo devuelven, como para dárselo a los pobres. Pero Yunus fue
inflexible y después de dos años insistiendo consiguió el permiso para abrir el
Grameen Bank (literalmente, el banco del pueblo). Era el año 1983.
El banquero Muhammad Yunus, que no
tenía ni idea de cómo funciona un banco, se puso manos a la obra siguiendo un
criterio muy simple. "Cuando había un problema buscábamos una solución, la
poníamos a prueba y si no funcionaba, buscábamos otra cosa. Eso fue sencillo.
Ante una dificultad, mirábamos qué hacían los bancos tradicionales... y lo
hacíamos al revés".
El funcionamiento del Grameen Bank es,
cuanto menos, atípico: para pedir un crédito la única condición es ser pobre.
No se precisa aval ni experiencia laboral, la base del Grameen Bank es la
confianza. Se presta preferentemente a mujeres. Los créditos tienen un interés
similar al de un banco normal y se piden en grupos de cinco personas. No hay
abogados ni juicios por impago, se considera que el 3% de morosos -un
porcentaje ridículo comparado con el de un banco tradicional- no devuelve el
dinero porque no quiera, sino porque no puede. Las oficinas del Grameen Bank se
usan poco, los empleados viajan por las aldeas explicando que son los
microcréditos y haciendo el seguimiento a los que ya están en curso.
Precisamente el trabajo de calle hizo posible uno de los grandes logros del
Grameen: el 95% de los prestatarios son mujeres. "Convencerlas de aceptar
un préstamo fue difícil, las mujeres se iban corriendo cuando nos veían.
Decían: yo no he tocado dinero en mi vida, no sabré qué hacer con él. Pero
cuando dicen eso es su miedo el que habla, porque se asume que eso pertenece al
dominio masculino. Tardamos seis años en conseguir una igualdad de hombres y
mujeres, y entonces observamos que el dinero que iba a la familia a través de
las mujeres aportaba muchos más beneficios que el mismo dinero a través del
hombre. Las mujeres son muy prudentes, sus experiencias vitales las han formado
para ser unas excelentes directoras de recursos".
Ante este dato, el banco de los
pobres decidió cambiar su política y dar prioridad a las mujeres en los
créditos. "Cuando una mujer toma el primer préstamo suele ser una cantidad
pequeña, porque tiene mucho miedo. Antes de aceptar el dinero pasa muchas
noches sin dormir. Cuando se le da el dinero está temblando, no puede creer que
nadie confíe tanto en ella. Muchas veces las lágrimas resbalan por sus
mejillas. La mujer se promete que hará lo que sea para garantizar esa confianza
y trabaja duramente para pagar el préstamo. Así que, cuando un año después lo
ha devuelto todo, la mujer mira al mundo y ve que puede conquistarlo, que ha
conseguido lo que le dijeron que jamás podría hacer. Así que el Grameen Bank no
es sólo dinero, sino que el dinero es un instrumento para una relación de
confianza. Porque el Grameen Bank tiene que ver con una transformación y con
descubrir lo que uno es. Si esto se multiplica por 2,4 millones de familias,
tendremos una idea de lo que es el Grameen Bank".
En el banco de los pobres
existen además 16 resoluciones que son una especie de código de conducta. No
son obligatorias, pero se explican como algo útil a potenciar. "Estas
decisiones se han ido desarrollando a lo largo de los años. Tienen que ver con
los debates con los prestatarios sobre la vida, lo importante, lo que se puede
hacer y lo que no". Las normas son del tipo: enviaremos a los niños a la
escuela; beberemos agua de pozos sanos o la herviremos antes de tomarla;
cultivaremos vegetales todo el año, consumiremos en grandes cantidades y
venderemos lo que sobre (la deficiencia de vitamina A es un gran problema en
Bangladesh). En cuanto a la educación, casi el 100% de los niños Grameen que
empiezan los estudios los acaban. Muchos de ellos están en la Universidad: el
banco les financia los estudios y ellos se comprometen a devolverlo cuando
empiecen a trabajar.
Otra norma garantiza que todos los
prestatarios y sus familias voten en las elecciones. A quien quieran, pero que
voten. "De esa manera los políticos se vuelven más cuidadosos, porque
saben que vas a votar en masa. Y que llevas a los niños para que aprendan en
democracia, para que recuerden que sus padres iban a votar y cuando crezcan
voten ellos también y constaten qué significa el voto en sus vidas". En el
año 96, tras una campaña del Grameen Bank a favor del voto, el nivel de
participación llegó al 93%, con la mayor participación femenina jamás vista. El
partido fundamentalista bajó de 17 escaños a tres. En las municipales del año
siguiente las mujeres ya tenían su lugar en las listas.
El revolucionario Muhammad Yunus ha
exportado la fórmula Grameen a muchos sitios. Partiendo de la base de que las
condiciones culturales, geográficas y climáticas pueden variar, pero los pobres
tienen los mismos problemas en todo el planeta, los microcréditos se aplican
con éxito en más de sesenta países de Asia, Africa, Europa y América. Muchos
países desarrollados la han adoptado, en lo que supone "una transferencia
tecnológica del Tercer Mundo al Primero" sin antecedentes.
Además, el Grameen se expande. El
inquieto Muhammad Yunus, una vez consolidado el banco, buscó formas de mejorar
la calidad de vida de sus prestatarios. Además de programas de educación y
formación, salud, jubilación, pensiones y otros temas sociales, sus miras se
centran en las nuevas tecnologías. La Grameen Telecom ha hecho llegar teléfonos
móviles a más de 2.000 aldeas en Bangladesh. El 85% de las aldeas bengalíes no
tienen electricidad, así que Grameen Shakti (para el desarrollo de las energías
renovables) ha instalado paneles solares. Y Grameen Communications está
llevando Internet a todos estos lugares. "Esto abre las puertas a todo
tipo de oportunidades de negocios, empleos, venta, comercio electrónico... todo
es posible".
El economista Muhammad Yunus ha dedicado muchas horas a
estudiar la pobreza. "Las instituciones financieras tienen el principio
básico de que cuanto más tienen más obtienes. Pero si alguien mirase todo este
sistema por primera vez, diría que aquí hay un apartheid financiero.
Porque cuando excluyes a la gente sin que ellos tengan la culpa, es un apartheid.
Pero pobres y ricos vivimos en el mismo planeta, donde el dinero es necesario
para poder obtener dinero. Si no tienes el primer dólar no podrás conseguir el
segundo, y seguirás siendo pobre toda la vida".
El Grameen Bank está destinado a poner
ese primer dólar. Gracias a sus rompedoras teorías, el ideólogo Muhammad Yunus
ha recibido galardones en todo el mundo. Entre ellos, el Príncipe de Asturias a
la Concordia o el Premio Internacional UNESCO-Simón Bolívar. También ha sido
propuesto para el Nobel de Economía. "La pobreza está creciendo en el
mundo, pero podemos detener este proceso. Esta sería una gran noticia, porque
el mundo está cambiando, y en poco tiempo la transformación será total. Pero
¿qué tipo de sociedad estamos buscando? Si podemos responder a esa pregunta, a
mí me gustaría que cuando esa transformación tenga lugar no llevemos con
nosotros la pobreza. De modo que toda nuestra creatividad sea para que no haya
ni una persona pobre en cualquier lugar del mundo".
Gracias al Grameen Bank, el diez por
ciento de la población bengalí ha salido de la pobreza. Para el rebelde
Muhammad Yunus, esto es sólo el principio.
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